El estrés son un conjunto de alteraciones que se producen en el organismo cuando una persona experimenta que la situación que está atravesando supera sus recursos para hacerle frente. Es decir, se trata de una reacción del organismo ante una demanda o desafío.
Entre los síntomas más frecuentes del estrés podemos destacar: dolores de cabeza recurrentes, problemas intestinales (como inflamación o hinchazón abdominal, estreñimiento, diarrea o incluso otros problemas más complejos como síndrome de intestino irritable, entre otros), sensación de falta de energía y cansancio, pérdidas de memoria o dificultades para mantener la concentración, problemas de sueño o cambios en el peso.
Un dato interesante acerca del estrés es que, contrariamente a lo que podamos pensar, existe un estrés que sí es beneficioso para nosotros. Así, podemos hablar de dos tipos de estrés: por un lado, el estrés positivo que es un estrés agudo, es decir que se produce ante un suceso concreto y tiene una duración breve de tiempo. Este estrés se considera beneficioso ya que permite preparar y activar a nuestro organismo para la acción. Por ejemplo, cuando tenemos que enfrentarnos a la realización de un examen importante, este tipo de estrés nos ayudará a mantenernos activos y focalizados en la realización del mismo y, una vez hayamos terminado el examen, ese nivel de activación y de estrés irán disminuyendo.
Por otro lado, encontramos el estrés más frecuentemente conocido y que valoramos como negativo y perjudicial para nosotros. Esto es así porque se trata de un estrés crónico, es decir, que se trata de un estrés mantenido en el tiempo y que no se corresponde con un disparador específico. El verdadero problema de este tipo de estrés sostenido es que se asocia a una interpretación, por parte de la persona, de que no es capaz o no cuenta con los recursos necesarios y/o suficientes para hacer frente a la situación.
El estrés crónico se relaciona con niveles de cortisol muy elevados en nuestro organismo. El cortisol es considerado “la hormona del estrés” por excelencia y unos valores muy elevados de la misma implicarán que nuestro cuerpo se encontrará en una especie de “batalla o lucha interna” constante y esto, a su vez, se relaciona con posibles problemas de salud.
Entre las afecciones que se han relacionado con más frecuencia a niveles elevados de estrés, se encuentran: alteraciones en el sistema inmunológico (a mayores niveles de cortisol, menos defensas habrá en nuestro organismo y, por tanto, mayor probabilidad de contraer infecciones u otro tipo de enfermedades), problemas gastrointestinales (principalmente, irritación e inflamación intestinal), problemas cardiovasculares (un exceso de cortisol puede hacer que nuestra presión arterial aumente y si esto se produce de manera prolongada puede asociarse a mayor probabilidad de padecer problemas de corazón). Por último, la piel es otra parte de nuestro cuerpo en la que se pueden hacer visibles ciertas secuelas derivadas de un estrés muy sostenido, por ejemplo, en forma de descamaciones, herpes, psoriasis o acné, entre otras.
Por todo ello, si has reconocido algunos de estos síntomas o crees que estás atravesando una situación estresante que no sabes cómo gestionar, te ofrecemos algunas estrategias que pueden ayudarte en tu día a día:
- Identifica tus principales fuentes y factores de estrés: cuando comprendemos lo que nos ocurre nos sentimos, en cierto modo, aliviados. Ser capaces de detenernos a reconocer cuáles son las situaciones o, incluso personas, que generan e intensifican nuestro estrés puede ser clave para, posteriormente, poner en práctica técnicas que nos ayuden a manejarnos o relajarnos.
- Realizar ejercicio de manera regular: la práctica habitual de ejercicio físico es muy beneficiosa para nuestro organismo, ya que se relaciona con la liberación de serotonina. Esta hormona, conocida como “la hormona de la felicidad”, no solo nos ayuda a mejorar nuestro estado de ánimo, sino que reduce nuestros niveles de cortisol en sangre y, por ende, el estrés.
- Practica ejercicios de respiración y relajación: la respiración profunda envía un mensaje a nuestro cerebro que permite activar nuestro sistema nervioso parasimpático, el cual es el encargado de provocar un estado de relajación en nuestro cuerpo.
- Cuida tu alimentación y duerme lo suficiente: llevar una alimentación saludable y equilibrada y tener un buen descanso son cruciales para prevenir los estados de estrés y ansiedad.
- Prioriza tus tareas y establece límites en tu relación con los demás: en muchas ocasiones el estrés es consecuencia de una larga de tareas que nos imponemos que debemos cumplir en un periodo de tiempo. Revisar cuáles de ellas merecen verdadera urgencia y ser capaces de identificar y expresar nuestras propias necesidades en las relaciones con los demás es fundamental para no sobrecargarnos.