Las fobias pueden dividirse en 3 grupos: la agorafobia (sería el miedo a estar en espacios muy abiertos o situaciones en las que la persona siente o interpreta que podría resultar muy complicado o embarazoso pedir ayuda), la fobia social (es el temor a todo tipo de interacciones sociales en los que la persona cree que puede ser analizada, evaluada o juzgada por otras personas) y las fobias específicas, en las que se centra el presente texto.
Una fobia específica es un miedo o ansiedad desproporcionada e intensa que se produce ante un objeto o ante una situación concreta. La ansiedad que produce una fobia específica es duradera y suele afectar al funcionamiento normal de la persona en sus actividades y rutinas diarias. De hecho, la persona suele ser consciente de lo desproporcionado de su miedo, pero, aun así, no es capaz de gestionarlo.
Las fobias específicas se clasifican dentro de los denominados trastornos de ansiedad y, como se ha mencionado, la persona puede llegar a experimentar una ansiedad muy intensa e incluso un ataque de pánico cuando es expuesta al estímulo o situación temida.
Entre los síntomas principales de una fobia específica podemos encontrar: miedo intenso e irracional ante el estímulo temido, deseo irrefrenable de huir o escapar del mismo, tendencia a atribuir una intensa peligrosidad al estímulo, taquicardia y/o hiperventilación, tensión y rigidez muscular o presión en el pecho.
Podemos encontrar 3 componentes en los casos de fobias específicas: por un lado, la ansiedad anticipatoria que aparece antes de exponerse al estímulo o situación temida o al imaginarlo. Por otro lado, el temor durante todo el tiempo que dura la exposición y, finalmente, las conductas de evitación que aparecen tras la experimentación del miedo y ayudan a la persona a reducir la ansiedad momentáneamente.
A pesar de todo lo comentado hasta el momento, debemos tener en cuenta que, en buena parte de los casos, el miedo no suele producirlo el estímulo fóbico como tal, sino las consecuencias que la propia persona anticipa que podría tener el hecho de exponerse a él. Así, por ejemplo, una persona con miedo a volar en avión es probable que no tenga miedo al avión propiamente dicho, sino a la anticipación de un posible accidente aéreo.
Las fobias específicas son más habituales de lo que podamos imaginar, de hecho, se ha evidenciado que el 9% de la población total mundial sufre alguna fobia de este tipo.
En general, las investigaciones apuntan a que las fobias suelen tener su origen en la infancia o adolescencia y, de no ser tratadas, suelen mantenerse e incluso agravarse en la edad adulta. No obstante, también hay casos en los que la fobia ha podido iniciarse a edades más avanzadas, aunque no suele ser lo más habitual.
Aunque se han registrado más de 500 tipos de fobias distintas en función de cuál es el estímulo o situación generador de la ansiedad, algunas de las más comunes son: aerofobia (miedo a volar), hematofobia (miedo a ver heridas, sangre, inyecciones o a las agujas), claustrofobia (miedo a los espacios cerrados), zoofobia (miedo a cualquier animal), amaxofobia (miedo a conducir) o acrofobia (miedo a las alturas).
Algo muy habitual en personas que sufren algún tipo de fobia específica es que suelen dedicar buena parte de su tiempo a evitar aquello que les genera malestar. Esto se traduce en que, aunque el estímulo no se encuentre presente en ese momento, sí lo está en forma de pensamientos (por ejemplo, a modo de preocupación pensando en cuando tengan que hacerle frente) y esto limita e interfiere de manera significativa en su día a día e incluso, en algunos casos, puede llevar a un aislamiento total de la persona.
Una vez hemos hecho un repaso del concepto de fobia y analizado algunos de los datos y características más importantes de las fobias específicas, ofrecemos una serie de estrategias que pueden ayudar pero que, en ningún caso, sustituirán a un proceso de terapia de la mano de un profesional:
- En primer lugar, es importante tomar conciencia de lo que nos ocurre y ser capaces de identificar cuáles son aquellas situaciones o estímulos más temidos que producen la ansiedad. Comprenderse es aliviar, por lo que tener un buen conocimiento de lo que nos afecta y nos provoca el malestar será crucial para, posteriormente, poder manejarlo.
- No minimices tu capacidad de afrontamiento: en la mayoría de las ocasiones sentimos miedo o estrés ante determinadas situaciones por la interpretación que realizamos de nuestras propias capacidades. Es decir, tendemos a infravalorar o minimizar los recursos que tenemos para hacer frente a las situaciones y, con ello, incrementamos nuestro malestar y ansiedad ante el estímulo.
- Deja de huir y/o evitar el estímulo: como hemos mencionado anteriormente, este es uno de los componentes característicos de las fobias, no obstante, aunque podamos sentir que nos ayuda a reducir nuestro miedo o ansiedad esto solo sucede durante un tiempo, ya que cuando vuelva a enfrentarme al estímulo la ansiedad aparecerá igual o incluso en mayor intensidad.
- Realiza ejercicios de respiración: como ya hemos explicado en otras publicaciones, una respiración lenta y controlada es fundamental para manejar los trastornos de ansiedad ya que activa nuestro sistema nervioso parasimpático, el cual es el encargado de proporcionar relajación a nuestro organismo.